
Conscripto Anacleto Bernardi (1906-1927)
Anacleto Bernardi, nació el 13 de julio de 1906 en Villa San Gustavo,
departamento de La Paz, provincia de Entre Ríos, siendo sus padres:
Atilio Bernardi, inmigrante italiano, de la región del Piamonte; y Sofía
Giménez, entrerriana.
El 8 de enero de 1927, en ocasión de tener que cumplir con el
servicio militar obligatorio en la Marina, se presentó en la Base Gral.
Belgrano, en el sur de la provincia de Buenos Aires. Además de
destacarse por ser un eximio nadador, desde su incorporación tuvo un
comportamiento sobresaliente, razón por la cual fue destinado a formar
parte de la dotación de la Fragata Sarmiento en el viaje de instrucción
Nº 27 alrededor del mundo, con los nuevos oficiales de la Armada.
Estando de viaje en la fragata contrajo una neumonía, razón por la
cual el comandante de la nave decidió desembarcarlo en Genova (Italia) y
enviarlo de vuelta a Buenos Aires. Lo mismo hizo con el cabo principal
Juan Santoro, quien también se había enfermado. Una vez que recibieron
el alta por parte de los médicos, aunque aún convalecientes, estuvieron
en condiciones de emprender el regreso a la Patria.
Aprovechando que el transatlántico de bandera italiana “Principessa
Mafalda” estaba a punto de partir con destino al puerto de Buenos Aires,
los dos marinos se embarcaron en el mismo. La partida del buque se
produjo el 11 de octubre de 1927 con 1261 personas a bordo, en su gran
mayoría inmigrantes italianos.
El Principessa Mafalda era un transatlántico lujoso que unía los
puertos de Génova y Buenos Aires, haciendo escala en Barcelona, Río de
Janeiro y Montevideo. Fue el más utilizado por la clase alta y los
artistas que debían viajar a Europa. Había sido construido en los
astilleros de Riva Trigoso, y pertenecía a la compañía de navegación
Lloyd Italiano. Fue botado el 22 de octubre de 1908, entrando en
servicio el 30 de marzo de 1909. Poseía 146 metros de eslora por 16,9
metros de manga, y era impulsado por dos poderosos motores a vapor.
Podía transportar 180 pasajeros en primera clase, 150 en segunda y hasta
1.200 en tercera. Debía su nombre a la princesa italiana Mafalda di
Savoia, hija del rey Víctor Manuel III y de la Reina Elena.
El día en que partieron Santoro y Bernardi, el capitán del barco era
Simone Guli (un experto marino siciliano de 62 años). Casi desde los
momentos mismos de la partida empezó a circular entre la tripulación el
rumor de que los motores estaban en malas condiciones. Inmediatamente
después de la escala en Barcelona se efectuó otra en las Islas Canarias,
que no estaba prevista, con el objeto de efectuar algunas reparaciones
mecánicas.
El 25 de octubre a las 17:15 hs se sintió una fuerte sacudida en todo
el barco. Los pasajeros, preocupados, interrumpieron el té y sus otras
actividades, subiendo al puente de inmediato para ver qué había
ocurrido. La nave aparentaba estar en buen estado, aunque su velocidad
iba disminuyendo. Lo primero que pensaron los tripulantes fue que quizás
se había roto una hélice, hecho verdaderamente grave, pero no
peligroso. Pero el jefe de máquinas Scarabicchi informó al capitán que
se había partido el árbol de la hélice izquierda y el desprendimiento de
las aspas produjo roturas en el casco, por las cuales el agua penetraba
copiosamente anegando la sala de máquinas. Al rato Guli hizo sonar la
sirena de alarma, mientras el primer oficial Maresco daba órdenes a los
telegrafistas Reschia y Boldracchi para que emitan el S.O.S.
La señal fue escuchada por los buques de carga Athena (de bandera
holandesa) y el Empire Star (inglés). Estos se acercaron al Principessa
Mafalda, pero se detuvieron a una distancia prudencial al ver la enorme
humareda de color blanco que hacía temer por la posibilidad de una
explosión de las calderas. En realidad esto no podía ocurrir dado que
los operadores de la sala de máquinas habían abierto las válvulas de
vapor antes que el agua alcanzase las calderas. Pero como el único
generador que había se dañó al cubrirse por el agua, tanto Reschia como
Boldracchi, no pudieron comunicarse con los buques para decirles que no
existía peligro alguno. Mientras tanto también oscurecía con lo que
tampoco se pudieron hacer señales visuales. De cualquier manera los
buques lanzaron sus botes salvavidas y lograron rescatar a numerosos
náufragos.
Cuando en el Principessa Mafalda se dio la orden de bajar los botes
se produjeron escenas caóticas en donde, sin distinción de sexo o edad,
todos procuraban ocupar un lugar en ellos.
El capitán Guli ordenó el “sálvese quien pueda”, mientras el caos a
bordo aumentaba debido a la oscuridad absoluta (había Luna Nueva). Según
algunas versiones el jefe de máquinas Scarabucchi se habría suicidado.
En medio de esta tragedia, sin embargo, hubo también acciones
heroicas. El soldado conscripto Anacleto Berardi y el suboficial
Santoro, pese a estar convalecientes, se presentaron ante el capitán
Guli ofreciéndose para colaborar en el salvataje. Ambos recorrieron
incesantemente el barco tratando de rescatar sobrevivientes para
trasladarlos a los botes salvavidas. Y pese a los ofrecimientos que les
fueran efectuados, se negaron a ocupar un lugar en ellos.
Luego de casi dos horas de penosa tarea, y cuando no había otra
alternativa que arrojarse del barco o perecer con él, Berardi observó a
un anciano que permanecía aún en la cubierta, vacilante, sin saber qué
hacer. Fue en ese momento que el conscripto Anacleto Berardi le cede su
propio salvavidas para que se arroje al agua y pueda salvar así su vida.
Cuando los dos marinos argentinos se dieron cuenta de que ya no
quedaba más por hacer y que el buque indefectiblemente se hundiría, se
lanzaron al agua. El buque de rescate más cercano era el “Empire Star”
que se hallaba a unos mil metros de distancia.
Santoro escribió en su diario personal:
“Nadábamos afanosamente. Bernardi iba a mi derecha, un poco
retrasado. Llevaríamos ya unos cien metros de travesía, cuando gritos
escalofriantes dominaron un momento el rumor de las olas que se
repitieron varias veces, cada vez más extraños y cada vez más patéticos:
¡Tiburones! ¡Son tiburones!”
“Entonces yo grité: ¡Bernardi!, ¡Bernardi!. Nadie me respondió.
Estaba solo entre las tinieblas. Bernardi había sido devorado por un
tiburón”.
El naufragio se produjo delante de las costas del Brasil y, según fuentes italianas, perecieron 314 personas.
En memoria de Anacleto Bernardi el día 25 de octubre ha sido declarado Día Nacional del Conscripto Naval.
Una población enclavada en plena selva Montielera, en el Departamento
Federal, Pcia. de Entre Ríos, lleva el nombre de Conscripto Berardi.
Asimismo, en la ciudad de La Paz, en la misma provincia, en la
intersección de las calles Berutti y Echague, se encuentra una casona
que en su ochava tiene un monumento y una gran placa en homenaje al
Conscripto Anacleto Bernardi; quizás para muchos visitantes sea un
personaje desconocido, no así para los paceños y menos aún para los
habitantes de San Gustavo, localidad situada a unos 25 kms.
En Buenos Aires, una calle del barrio de Vélez Sarsfield, entre Floresta y Villa Luro, lleva su nombre.
El Conscripto
(Héctor Gagliardi)
Le sucedió a fulanito,
el nombre no viene al caso;
de veinte años escasos
de presumir el mocito,
y a pesar de los escritos,
que presentó un abogado,
por un año lo mandaron
a vestirse de conscripto.
La madre se desmayó,
y las hermanas lloraron
el día que comprobaron
que el doctor no lo salvó;
y él, que siempre se peinó
con “jopo” y a dos cepillos,
le pasaron el rastrillo
y sin melena quedó.
Se acabó la carne dura,
y que esto me hace mal,
y que tiene poca sal,
y a mí no me den verdura,
porque apretar la cintura
un día se puede hacer,
pero, al trote y sin comer,
se terminan las posturas.
Empezó a comprobar
que el sol sale temprano,
y un matecito en la mano
para hacerlo levantar,
nadie lo viene a cebar
porque allí no está la madre,
que te recuerda que es tarde,
o es hora de trabajar.
Allí aprendió que el Teniente
no es uno de bigotito
que pasa con el autito
para ver a la de enfrente,
porque éste de repente
con el grito “Cuerpo a tierra”,
hasta a Colón te recuerda
descubriendo el Continente.
El no estaba acostumbrado
a tener que obedecer,
y menos tener que ser
el chico de los mandados,
pero Sargentos y Cabos
le sacaron en tres días
el cansancio que tenía
en el cuerpo acumulado.
El sol, le tostó la cara,
y de tanto “sobre el hombro”,
fue notando con asombro
que el fusil ya no pesaba;
las manitos delicadas
se le pusieron callosas,
y hacía sonar las baldosas
cada vez que se cuadraba.
Y entonces llegó a querer,
hasta al Sargento primero,
y fue el Teniente un compañero
que lo hacía obedecer,
sin hacerle comprender
de que era un superior,
y sin notarlo sintió
cariño por su cuartel.
Y fue una tarde cualquiera
que volviendo del campito,
transpirado, tostadito,
levantada la visera,
sintió nacer esa fiera
que escondemos en el pecho,
cuando en el mástil derecho
vio flamear nuestra bandera.
Es que a veces no podemos
expresar nuestro sentir,
porque es difícil medir,
hasta dónde la queremos,
pero por dentro sabemos
que hasta el alma se agiganta
cuando pasa azul y blanca
con colores del Cielo.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Turone, Oscar A. – El conscripto Bernardi
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